martes, 28 de junio de 2016

El miedo a ser grande

Érase una vez que se era, un pequeño pez en un estanque. Era feliz en él, se llevaba bien con los otros peces y cada día disfrutaba de su hogar y sus congéneres allí con él. Pero tenía un dilema muy grande.
Sus amigos peces crecían grandes y saludables gracias a los abundantes insectos que visitaban el estanque y las ocasionales migas de pan que tiraban al agua para alimentarlos los transeuntes que tenían la ocurrencia de hacerlo. Pero tenía miedo de hacerlo él mismo.También había peces con ocurrencias extravagantes que a veces tenían ideas útiles, como enseñar a los demás peces a hacerse el muerto panza arriba para que los insectos se acercaran y poder pillarlos por sorpresa, y otras ideas no tan... prácticas, como intentar saltar fuera del estanque en las épocas de lluvia para buscar otros lagos, lo cual era una locura. Éstos eran considerados locos por la comunidad y pocas veces eran tratados en serio. Esta situación hacía que el pececillo no compartiera sus ideas ni llevara ninguna a cabo. Había peces que trataban de forma despectiba a los más gordos por su tamaño llamándolos egoistas, por llevarse los mejores trozos y no pensar en los demás. Luego había otros que lucían sus escamas de colores rozando la superficie del agua, para que brillaran a la luz del sol, también criticados por los otros peces por poner en peligro sus vidas y la de los demás, poniendose a merced de los depredadores y pescadores que puedan acercarse. Tampoco se atrevía nuestro pequeño amigo a alejarse del seguro y oscuro fondo del lago.
Comía lo justito, incluso menos de lo que debería alimentarse un pez de su especie, y a oscuridad del fondo lleno de algas era su hogar, oculto de cualquier peligro dentro o fuera del lago. Los demás peces lo trataban bien sin llegar a considerarlo un amigo muy cercano, lo saludaban y hablaban de cosas triviales, pero eso era todo, un pez que se limitaba a comer más bien poco sin esfuerzo y parecía esquivo con los demás peces, y tampoco compartía sus opiniones con nadie. Era un pez entre los demás, estaba en la media, sin nada que le hiciera sobresalir del resto.
Y eso era exactamente lo que quería.
Notaba la hostilidad de los demás peces hacia los que sobresalían, criticados en general, aunque también admirados por su valor. Pero la visión de los insultos y rumores despectivos hacia él no le daba energías para ser libre y actuar como ellos. Prefería ser eso, uno más en el banco de peces del estanque, que seguía a los demás obediente y en su espacio asignado. Hasta que un día ocurrió algo que cambió su forma de ver las cosas.
Una noche de luna llena, salió de la colonia de algas en las que dormian todos y ascendió donde el agua se encontraba con el aire, atraido por la luz pálida del astro nocturno. Acostumbrado a la penumbra del fondo acuático, la luz casi deslumbró los ojillos del pez, que se acostumbraron a ella lentamente. Los otros peces dormían, sentía que tenía un momento de intimidad con la luna. Meditó sobre su situación en el estanque, era debilucho y pálido por la falta de ejercicio, alimento y luz solar, sentía sus espinas bajo las escamas, y tampoco tenía un lugar importante en el banco de peces del estanque, se sentía pequeño e insignificante. Aunque siempre hizo lo posible por serlo, ¿no es así?
La luna permaneció silenciosa ante su pregunta, aunque sabía que lo iba a ser, una pequeña parte del pececillo deseó que le hubiera contestado.
Observó a la luna solitaria, las estrellas estaban lejos de ella, diminutas en comparación, pero eso no le impedía a la luna salir todas las noches, entera o a medias, a veces totalmente eclipsada. Estaba seguro de que las estrellas estaban maravilladas y celosas a partes iguales de la grandeza y brillo de la luna, pero eso no parecía impedirle salir cada noche en todo su esplendor. El pececillo reflexionó sobre este hecho, el valor de la luna era incomparable, no solo se exponía a miles de estrellas, sino al mundo entero.
El pececillo sintió que el sueño le empezaba a afectar, y bajó nadando a su lecho con una decisión que cambiaría su día a día, que digo, ¡su destino entero, su ser! Pues había decidido tomar ejemplo de la osada luna, y vivir plenamente a pesar del miedo que le pudiera provocar hacerlo.
A partir de ese momento, el pececillo abandonó el frío fondo del lago y se unió a la cuadrilla que cazaba insectos en la superficie, a esperas de algún gentío que se animara a echarles miguitas. Despues de una buena comilona, se sintió con energía de dar algunos saltos fuera del agua con algunos bailarines que les gustaba sentir el aire y la luz del sol, aunque un águila pasó cerca del lago para probar su suerte y huyeron al fondo entre risas y exclamaciones que les hizo sentir un momento de riesgo, aunque en cierto modo divertido. Cansado de dar volteretas fuera del agua, decidió dedicar el resto del día charlando con un locuelo que le gustaba inventar teorías y con el que tuvo una agradable charla.
Algunos peces le miraron mal, incluso uno le soltó un improperio algo fuera de lugar, pero pasó un día inolvidable disfrutando al máximo de las cosas que le gustaban, e hizo numerosos amigos en apenas un día.
Sentía que había valido la pena, pues las cosas que merecen un esfuerzo y pueden tener malas consecuencias, aunque costosas y a veces desagradecidas, tienen algo definitivamente bueno: te hacen feliz, pues a veces hasta ser feliz es algo complicado. Nunca te limites ni pienses en el que dirán, busca aquello que te dé fuerzas y tenlo siempre presente.
En definitiva, no tengas miedo a ser grande.

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